Por Alexander Martínez.
El ladrón de las mil caras, el de las manos de seda, Chucho el Roto, fueron solo algunos de los apodos que se le dieron a Jesús Arriaga, uno de los ladrones más ingeniosos y pintorescos que existieron en las últimas décadas del siglo XIX en México.
Nació en el año de 1858 en Santa Ana Chiautempan, Tlaxcala; no se sabe mucho de su familia, salvo que fue sobrino del presbítero y bachiller don Pedro de Arriaga párroco de esa ciudad entre los años de 1836 y 1850.
Cuando su padre murió, tuvo que trabajar para mantener a su madre y hermana. Su oficio era la ebanistería, y al parecer era muy bueno en ella porque cierto día un aristócrata de origen francés, don Diego de Frizac, llegó a su taller solicitando sus servicios para examinar una sillería fina italiana.
Mientras realizaba su trabajo en la casa del señor Frizac, conoció a la sobrina de éste, Matilde de Frizac, una joven agraciada de quien se enamoró. Pero aunque ella le correspondió, su extracto humilde suponía una barrera entre los dos debido a la diferencia de clases. Esto sin embargo, no impidió que Matilde se embarazara de Jesús y tuvieran una hija.
Al enterarse la familia, se escandalizaron por el suceso, pero más aún por el origen humilde del padre de la criatura, motivo por el cual lo humillaron y amenazaron, además de obligar a la joven a rechazarlo. Posteriormente, para encubrir lo sucedido, don Diego de Frizac manda a Matilde a Europa dos años, para que al regresar con la niña, a la que por cierto se llamó María de los Dolores (Lolita), dijesen que era adoptada.
Al parecer pensaban que así se encubriría el asunto y todo volvería a la normalidad, pero no fue así, recuerda que Jesús y Matilde se amaban, y su pequeña Lolita no fue el producto de un momento de descontrol y pasión solamente. Cuando Jesús Arriaga se entera del regreso de su amada y su bebé, intenta ver a su hija, pero la familia Frizac se lo impide y lo rechaza por todos los medios.
Ante tal panorama decide robarse a su pequeña hija y huir, los Frizac obviamente solicitaron una orden de aprensión contra Jesús Arriaga, quien aún a pesar de devolver a la pequeña es capturado por órdenes de don Diego cuando la madre de Jesús fallece y este acude al funeral a velar su cuerpo.
Después lo consignan al juez Javier de la Torre quien al verlo bien vestido exclama: “Mírenlo es un roto”, que de acuerdo al vocabulario de la época, significaba que era una persona de escasos recursos que vestía bien, con trajes lujosos, sombrero, bastón, polainas, zapatos de charol, camisas almidonadas, etc. Y es que desde joven, Jesús Arriaga vestía bien y con gusto.
Después del juicio, en el cual se negó aceptar el plagio de la niña, es encarcelado en la penitenciaria de la Ciudad de México también llamada “Los Arcos de Belem”. Allí conoció a Margarito López “el Rorro”, Juan Ramírez “la Changa” y Simón Palomo “la Fiera”, quienes a la postre serían sus cómplices.

El encierro no duró demasiado, pues en 1875, tras sólo un par de años en prisión, logran darse a la fuga. De acuerdo con los relatos, “Chucho el Roto” se disfrazó con el sobretodo, sombrero y bastón del presidente de la junta de vigilancia de la cárcel, el doctor Carrillo, para sacar a sus compinches y otros presos más, todo en pleno día.
Hay que destacar algo que no mencioné antes, Jesús Arriaga vivió durante la época del Porfiriato, un periodo de gran industrialización que hizo que México se perfilara como una futura potencia, pero como consecuencia traía consigo una gran desigualdad social.
Pues ante tal panorama, “Chucho el Roto” se dedicó a robar a las clases altas como venganza y de paso ayudar a los necesitados, eso sí, siempre con astucia e ingenio y nunca derramando sangre; fue por ese motivo que se convirtió en leyenda.
Por ejemplo, se cuenta que en una ocasión, anticipándose a la llegada del obispo de Linares, se disfrazó y se presentó en una joyería llamada “Sorpresa y Primavera”; después de escoger los objetos más valiosos, pidió que se los enviaran al Hotel San Carlos. Siendo católicos los propietarios, ¿cómo negarse ante la petición de su eminencia? Pues para cuando se percataron de la estafa, el falso obispo y sus cómplices ya habían abandonado el hotel.
Otra ocasión en la que también se disfrazó de obispo, se dedicaba a darles la bendición a los criados de una acaudalada señora: doña Romualda Rodríguez de la Vega, mientras que “El Rorro” y “La Changa” se dirigían al altar de la Virgen en dicho hogar y robaban las joyas que había allí.
Para eludir su captura nunca revelaba su domicilio a nadie, ni sus amigos más íntimos sabían dónde pasaba las noches, además solía dar grandes sumas a los agentes policíacos. Aunado a esto, recordemos que su apodo principal seguía siendo “Chucho el Roto” y es que no era fácil distinguirlo de los demás aristócratas, pues como se había hecho rico con el robo, solía vestir de forma elegante.
A pesar de su astucia, fue capturado en 1885, y recluido una vez más en la cárcel de Belem pero posteriormente lo trasladaron a la ciudad de Veracruz, específicamente a un antiguo fuerte que funcionaba como cárcel: San Juan de Ulúa, ubicado en un islote con el mismo nombre frente al puerto de dicha ciudad, lugar famoso por los tormentos a los que eran sometidos sus reclusos.
Allí el encierro tampoco tardó demasiado, pues “Chucho el Roto” hizo gala de su ingenio una vez más, y escondiéndose en una cuba que hacía las veces de letrina, esperó a que los guardias la sacaran fuera de la cárcel para vaciarla y logró fugarse.
Regresó al valle de México para continuar con sus fechorías en el Distrito Federal y los estados vecinos. Cuentan los relatos que varios vecinos lo llegaron a ver en un carruaje cerca de las colonias Tacuba, Popotla, Tlaxpana y Anáhuac, siempre saludando con la cortesía que se le daba.
Para seguir realizando sus trabajos, contaba con un amplio vestuario para disfrazarse, y un herrero muy hábil fabricaba los artilugios que necesitaba. Al parecer aprendía de sus errores y mejoraba tanto sus habilidades que durante los siguientes 9 años ni él ni su banda pudieron ser apresados. Se cuenta que incluso le robó un reloj al mismísimo Porfirio Díaz, para después entregárselo personalmente.
Además, utilizaba sus disfraces para poder ver a sus amadas Matilde y Lolita en su casa en Tlalpan, así como a su hermana Guadalupe, y con quienes se dice planeó huir a Europa.
Finalmente, fue apresado de nuevo; en cuanto a la manera en que se logró hay dos historias diferentes:
La primera, con mejor sustento histórico, dice que en Querétaro después de robar una joyería, el jefe de la policía Rómulo Alonso, sospechó de un tal José Vega, comerciante de café recién llegado a la ciudad y que se supone era amigo del dueño de la joyería. Encontraron las joyas enterradas en la cocina de su domicilio. Al ver la elegancia y distinción del detenido el jefe de la policía desconfió de él, y tras investigarlo y ver su semejanza con los atracos de Jesús Arriaga, decidió dar aviso a las autoridades de la ciudad de México.
La otra historia, menciona que en un atraco que realizaba en Cumbres de Maltrata, a medio camino entre las ciudades de México y Veracruz, fue aprendido por las autoridades.
Sea como fuere, lo trasladaron una vez más al islote de San Juan de Ulúa donde nuevamente intentó escapar, pero no logró su objetivo, pues fue perseguido en lanchas y herido de bala en una pierna, después de ser traicionado por un compañero de celda al que apodaban “Bruno».
Mientras lo llevaban de vuelta a su celda, al ir pasando por la plaza principal del fuerte, el coronel Federico Hinojosa, director del penal ordenó que se le dieran 300 azotes. Así que lo trasladaron a la celda de castigo conocida como «El Limbo”.
Se dice que al enterarse de lo sucedido, Matilde de Frizac le pagó mil doscientos pesos-oro al verdugo encargado del castigo para que Jesús no muriera en el acto, pues el verdugo sabía como golpear. Después del castigo, Chucho el Roto fue trasladado del Limbo a la enfermería del hospital Marqués de Montes en la ciudad de Veracruz, donde oficialmente murió el 25 de marzo de 1894 a los treinta y seis años de edad.
El cuerpo fue recibido por Matilde de Frizac, Guadalupe, hermana de Jesús y Lolita su hija. El féretro fue custodiado por guardias contratados por Matilde y trasladado por ferrocarril a la ciudad de México para que se le diera sepultura.
Los relatos cuentan que como el maestro del engaño que fue, “Chucho el Roto” pudo fingir su propia muerte, ya que después de su supuesta muerte en Veracruz y el traslado de su cuerpo a la Ciudad de México, se abrió el féretro y solo se hallaron piedras. Además, las tres mujeres, fueron vistas acompañadas por un marqués austriaco, de nombre desconocido y prometido de Matilde de Frizac, con el cual abordaron un vapor que las llevaría a Europa; hay quien opina que en realidad se trataba de Jesús Arriaga disfrazado.
Aunque al día de hoy no se sabe dónde se encuentra la sepultura de “Chucho el roto”, sí se sabe que en el Panteón del Tepeyac, en la Ciudad de México, se encuentra la tumba de la que fuera su hija Lolita, cuyo nombre completo fue Dolores Arriaga del Frizac.
Y así termina la historia del ladrón de las mil caras, el de las manos de seda, de quien solo nos quedó, y para siempre, su leyenda: Jesús Arriaga alias “Chucho el Roto”.
5 comentarios
Muy buena historia y mejor comentarios gracias
Fue para los mexicanos nuestro Robin Hood Veracruzano
Excelente escrito, gracias.
Pingback: Tema 17. Tecnologías de la radiodifusión digital. – Blog de Chris
Una excelente historia de nuestro Mexicano, que siempre quedará para nuestras generaciones..